El amor, la vida, la muerte, la literatura, la religión, son algunos de los temas que abordó el escritor portugués en sus encuentros con la prensa. Publicado por Alfaguara, esta semana comienza a circular en México un libro que reúne gran parte de esas declaraciones, del cual ofrecemos el siguiente adelanto...
La vida, que parece una línea recta, no lo es. Construimos nuestra vida sólo en un cinco por ciento, el resto lo hacen los otros, porque vivimos con los otros y a veces contra los otros. Pero ese pequeño porcentaje, ese cinco por ciento, es el resultado de la sinceridad con uno mismo.
La Vanguardia, Barcelona, 1 de septiembre de 1997
Digamos que la vida nos propone cosas. A veces, nos sentimos en condiciones de aceptar la propuesta y emprendemos una labor. Otra veces, no. La vida no es una obra de teatro. En una obra de teatro, todo está en su sitio, cada elemento tiene una función. La articulación de todos los elementos para conseguir crear unos efectos dramáticos está muy bien pensada. La vida no piensa. Vivimos en el caos. Lo que ocurre es que vivimos en un espacio limitado dentro de otro espacio que escapa a nuestra capacidad de comprensión.
Ler, Lisboa, núm. 70, junio de 2008
Ya no cambiaré de opinión, ni me queda tiempo en la vida para cambiarla: el ser humano no tiene remedio.
Setembro, Lisboa, núm. 1, enero-marzo de 1993
Muchas cosas me parecen enigmáticas. Las dificultades empiezan con la historia de mi nombre. El apellido de mi padre era Sousa y no Saramago. Él se llamaba José de Sousa. Sucede que, en Azinhaga, la aldea donde nací, las familias no se conocían por el apellido, sino por los apodos. El apodo de mi familia era Saramago, que es el nombre de una planta silvestre que da una florecilla de cuatro pétalos y que crece en los rincones, casi siempre olvidada.
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996
Cuando nací, mi padre se dirigió al registro para inscribirme y se limitó a decir: Se llamará José, como su padre. El empleado del registro civil, por su cuenta y riesgo, añadió al apellido verdadero, Sousa, el apodo de Saramago. Y así me convertí en José de Sousa Saramago. Mi padre descubrió el error cuando ya tenía siete años. Para matricularme en la escuela primaria, tuvo que presentar el certificado de nacimiento, y ¡entonces supo que me llamaba José Saramago! Lo más grave es que a él no le gustaba ese apodo.
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996
La vida, que parece una línea recta, no lo es. Construimos nuestra vida sólo en un cinco por ciento, el resto lo hacen los otros, porque vivimos con los otros y a veces contra los otros. Pero ese pequeño porcentaje, ese cinco por ciento, es el resultado de la sinceridad con uno mismo.
La Vanguardia, Barcelona, 1 de septiembre de 1997
Digamos que la vida nos propone cosas. A veces, nos sentimos en condiciones de aceptar la propuesta y emprendemos una labor. Otra veces, no. La vida no es una obra de teatro. En una obra de teatro, todo está en su sitio, cada elemento tiene una función. La articulación de todos los elementos para conseguir crear unos efectos dramáticos está muy bien pensada. La vida no piensa. Vivimos en el caos. Lo que ocurre es que vivimos en un espacio limitado dentro de otro espacio que escapa a nuestra capacidad de comprensión.
Ler, Lisboa, núm. 70, junio de 2008
Ya no cambiaré de opinión, ni me queda tiempo en la vida para cambiarla: el ser humano no tiene remedio.
Setembro, Lisboa, núm. 1, enero-marzo de 1993
Muchas cosas me parecen enigmáticas. Las dificultades empiezan con la historia de mi nombre. El apellido de mi padre era Sousa y no Saramago. Él se llamaba José de Sousa. Sucede que, en Azinhaga, la aldea donde nací, las familias no se conocían por el apellido, sino por los apodos. El apodo de mi familia era Saramago, que es el nombre de una planta silvestre que da una florecilla de cuatro pétalos y que crece en los rincones, casi siempre olvidada.
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996
Cuando nací, mi padre se dirigió al registro para inscribirme y se limitó a decir: Se llamará José, como su padre. El empleado del registro civil, por su cuenta y riesgo, añadió al apellido verdadero, Sousa, el apodo de Saramago. Y así me convertí en José de Sousa Saramago. Mi padre descubrió el error cuando ya tenía siete años. Para matricularme en la escuela primaria, tuvo que presentar el certificado de nacimiento, y ¡entonces supo que me llamaba José Saramago! Lo más grave es que a él no le gustaba ese apodo.
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996
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