Primer viaje: de la literatura a la historia
Hubo una vez un viejo libro: una edición del diario de viajes de Antonio de Pigafetta, el cronista de la primera vuelta alrededor del mundo que dio el hombre; viaje iniciado por Fernando de Magallanes, quien murió en el trayecto, y concluido por Sebastián Elcano. Una proeza, una aventura en el más estricto y vívido sentido del término. Un acontecimiento que marcó un hito, un punto de inflexión en la historia del mundo. El puñado de 18 hombres que sobrevivió a la travesía de tres años transformó en realidad el viaje iniciático por excelencia. Podría decirse que fue la concreción, la traducción a dato histórico, de lo que hasta ese entonces sólo podía ser ficcionalizado y tibiamente demostrado: un mundo redondo, un sinfín. Le entregó su cuerpo a la literatura, le agregó un espesor. Precisamente porque el registro de ese viaje fue un registro escrito; una bitácora que se transformó en libro: Relazione del primo viaggio intorno al mondo. Ese protoviaje (el primero) que el hombre construyó en -y con- lo real, estuvo sostenido en varios otros que dan testimonio de un recorrido, de la transformación del viajero; transformación de la posición subjetiva que constituye, a su vez, otro protoviaje que lo antecede: el original; mítico y fundante. Dicho de otro modo, el de Pigafetta y compañía fue un viaje posible por el simple hecho de haber sido concebido -en otras épocas y por otros hombres- como posible. Si un valor agregado tiene la concepción literaria en la lectura del mundo (y en un sentido clasicista de producto de la inspiración divina) es asegurar el retorno al Origen perdido.
Una de las referencias literarias preexistentes al viaje de Magallanes es La Odisea, donde Homero narra/poetiza el viaje de Ulises en un tiempo y una geografía míticos. En el canto homérico se suceden hechos fantásticos en geografías terrestres: intervenciones y metamorfosis divinas, hiperbóreos, cíclopes, sirenas, venganzas, lealtades, batallas, traiciones. La tripulación de la nao Trinidad y su flota se enfrentó a situaciones tan inverosímiles, tan fuera del registro simbólico de los marinos como los dioses del Olimpo: los habitantes originarios de los lugares más recónditos del mundo; hombres de estaturas casi gigantescas (comprables a ese otro viajero mítico llamado Gilgamesh); caníbales; mitos, leyendas y costumbres; animales desconocidos; geografías fuera del alcance de la imaginación; otros valores de intercambio. En síntesis, otra economía. Ese viaje por el mar, hacia Troya es, en definitiva, un viaje hacia Helena, secuestrada por Paris; un viaje desde la pérdida; el cuerpo enfrentando la vicisitud impuesta por el deseo.
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Segundo viaje: de la historia a la literatura
A lo largo de la historia mítica y, por consiguiente, a lo largo de la historia de la literatura, el viaje original, ya tamizado por la realización empírica de la vuelta al mundo y su registro histórico, fue abordado -la mayoría de estos viajes iniciáticos son a través del mar- con mayor o menor precisión por distintos autores. El que los abarca y sintetiza, es Ishmael, el personaje narrador de la fabulosa Moby Dick o la ballena blanca de Herman Melville. Es el testigo necesario. La piedra fundamental de la transmisión/narración. Como Antonio de Pigafetta, su misión no es sólo protagonizar: también es dar testimonio del recorrido a través de la propia transformación del sujeto-personaje. En síntesis: el viaje, al final del recorrido, no es otra cosa que lo que se dice de él. Pero esa no es la más significativa influencia de Antonio de Pigafetta en la literatura: cuando desembarca en Sevilla el 8 de septiembre de 1522 descubre que, según su diario era 7 de septiembre: algo en la lógica del tiempo se rompe. El registro clásico de la travesía se cuestiona, se pone en duda. Pigafetta revisa su diario. Ha perdido un día. Otro camino comienza: la resignificación, la pérdida, hacen evidente la imposibilidad de la palabra. No hay explicaciones porque no hay desfasajes entre lo escrito y lo vivido: en ambos registros (la vida y la literatura) se esfumaron, lenta y simultáneamente, 24 horas. La explicación que recibió el hecho por parte de los astrónomos de la corte del Papa fue la misma que utilizó Julio Verne para explicar, similar hecho/pérdida en La vuelta al mundo en 80 días. Entonces lo dicho y lo escrito intervienen como un bálsamo. Como el transporte a la tranquilidad necesaria. Calma tramposa que esconde un ruptura fundamental por la cual es posible el viaje de la literatura: las palabras son sólo ficciones que hablan de otras palabras.
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