El mundo está hecho de personas milagrosas. En las últimas semanas he andado en una prisa loca, varios ocios y negocios que urge resolver, de un modo u otro, y en el apremio zigzagueante me detengo (en alguna mesa, en cierto restaurante, en tal oficina, en un pasillo accidental) y, cuando menos lo pensaba, aparece un brillo en la persona que tengo enfrente. Y cuando salgo de ahí o retorno he caído en cuenta que hay rasgos de esta realidad, trazos delicados pero ciertos, características que posee este mundo que se deben, por completo o en su sabor, a esa persona. Y no a otra. Es maravilloso, pienso, es la magia misma. Y, a la vez, todo lo que ocurre será mortal. Y, junto, comparsa metafísica, par impar, la duda arrecia: ¿cesará?
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