Saturday, April 26, 2008

Prender la muerte. Texto y fotos: Carlos Sánchez



Es una bola con alas que vuela. Es una gallina que previo baño de gasolina se ha encendido con un fósforo en el patio de la casa de su abuela. Es una gallina en el recuerdo: verás qué machín se veía.
Servando endulza el café con su pulso tembloroso. Hace un par de horas abandonó la prisión. Sus ojos escudriñan cada objeto del restaurante. Ya se me hacía que nunca pisaría otra vez la libre, dice con la emoción en su garganta y con el calor del líquido que resbala por dentro de su cuerpo.
Habla de su infancia y en ella están los días de encontrar la vida, aprenderla, aprehenderla, prenderla, jugando solo.
Me gustaba entrar al gallinero de mi abuela, seleccionar en un de tin marín de do pingüe la gallina que yo veía más choncha. Mi jefe trabajaba en una gasolinera y hacía transa con diesel y gasolina, siempre había galones llenos. Lo hacía despacio, las bañaba y después de un rato de imaginar cómo y hacia dónde sería su vuelo, les prendía fuego. Verás que machín volaban, era una bola de fuego en el aire. Eso era todos los días. Cuando las gallinas se acabaron empecé a quemar gatos. Los metía en un bote de lámina, con muchos agujeritos, por ahí veía cómo se retorcían, me gustaba oírlos maullar, lo hacían bien fuerte.
Servando cuenta que uno de esos gatos en llamas abandonó el bote y salió corriendo, se metió a la casa de la abuela y tocó las sábanas de las camas, los manteles de la mesa, las cortinas. Los bomberos llegaron cuando todo estaba consumado. La factura del fuego sería una chinga que le metió su amá.

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